diciembre 23, 2006

El embriagante perfume de la lluvia que nos regresa la tierra








"Uno tras otro, los pájaros callaron y las niñeras tiraron de los niños que azotaban el aire con su pala. Pronto fui el único que miraba los nubarrones de tinta que venían a estrellarse ahora en los tejados entre el solemne murmullo del viento. De pronto, en ese instante que precede al primer trueno y en el que todo parece atento al fragor inicial, me vi como apartado de mí mismo y a merced de una muchedumbre invisible. Innumerables pensamientos me invadieron como se abate la ola sobre la grava, con una especie de ternura violenta. El alma de una ciudad entera desfilaba entre los gritos, los lamentos y las risas de la tempestad que se alzaba por encima de mí, y mi corazón se puso a latir al unísono con aquel gran alborozo repleto de furia y sobresalto. Habríase dicho que al sordo estruendo del cielo respondía una voz lejana surgida de las profundidades del tiempo. Escuché, inmóvil, y después un largo dardo de fuego recorrió el cielo de un extremo al otro, y entre el estrépito que siguió casi inmediatamente, la lluvia azotó el viejo jardín.
Oí con arrebato esa reverberación múltiple de resonancias ahogadas y tan acordes con la melancolía de los recuerdos antiguos; y enseguida ascendió del suelo, haciéndome volver en mí, con esa inmensa bendición del universo que todos experimentamos en algún momento de nuestra vida, el olor más exquisito de cuantos hay en el mundo, a un tiempo el más joven y el más inmemorial, el más tenebroso y el más inocente, el más próximo de los comienzos del globo y el más nuevo, el que suscita en el corazón del hombre más tristeza y mayor ventura, el perfume de la tierra mojada."

Sé que nunca he leído, y creo que nunca leeré, un pasaje que defina como este lo que produce en mí el olor a tierra mojada. La reacción de mi cuerpo es profunda, visceral, primitiva. Sale, por supuesto, de Paris, de Julien Green.

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diciembre 22, 2006

El Palais-Royal

Estuvimos cuatro cortísimos días en París. Y no, no podemos decir que evitamos todos los “lugares comunes”: Fuimos a Notre-Dame, fuimos al Louvre, fuimos a la Torre Eiffel. Puntos a nuestro favor en la escala del “turista advertido”: paramos a comprar un montón de libros usados, montones, por nada, o casi nada; nos metimos a una venta de acetatos usados, en donde compramos unos discazos de funk, estuvimos más tiempo en el Musée d’Orsay que en el Louvre, evitamos los recorridos Da Vinci, no nos subimos a los bateaux-mouches. Y caminamos, caminamos mucho. Paramos a tomar largos cafés, o dejamos calentar nuestras cervezas en bistros frecuentados por puros franchutes. Pasamos una tarde completa con Marlon Meza Teni, con quien tuvimos derecho a todos los chismes posibles sobre guatemaltecos de paso por la ciudad-luz. Rescato, sobre todo, el paso incógnito y casi involuntario de José Luis Perdomo por París, las chaperoneadas de Marlon a Mario Monteforte Toledo y las jocosas desventuras de ambos.

Marlon es un gran cuentero. Y pretendo halagarlo al decirlo. Se me hizo corto el tiempo con él.


carmenluciaparis.jpgCreo que, dentro de lo posible, y sin caer en el esnobismo del turista alternativo a ultranza, logramos un poco aquel espíritu que se siente al leer este otro párrafo de Julien Green en su Paris:


Un día de primavera en que unas compras me habían conducido hasta las inmediaciones del Louvre, el ruido de las calle me fue alejando hasta la entrada del Palais-Royal que da a la calle Beaujolais. Es uno de esos sitios en los que flota un no sé qué misterioso más fácil de adivinar que de definir. Al avanzar bajo la bóveda oscura, entre las columnas cuya simetría, por una extravagancia de la óptica, no se manifestaba a mis ojos, tuve la impresión de adentrarme en un bosque encantado y de dejar tras de mí la vida cotidiana, ya que uno de los privilegios de París, uno de sus más raros dones, que no concede sino a quienes saben perder su tiempo en él, consiste en mostrarse de pronto bajo insólitos aspectos, en provocar a un tiempo el placer de lo inesperado y una sutil inquietud que por menos de nada podría convertirse en angustia.

E
l día que nuestras caminatas nos llevaron al Palais-Royal, no había allí un alma. Muy refrescante silencio en el bullicioso París. Todo el jardín era nuestro. Pero nuestros pies ya no daban más que para sentarse a verlo. Llovía.

Camino de regreso, en plena calle, nos besamos como dos novios jóvenes y recién enamorados. De no ser porque no tengo el porte ni llevaba la indumentaria de rigor, podríamos haber recordado la famosa foto del beso de Robert Doisneau. (Allí va uno de mis mejores "lugares comunes")
doisneau.jpg
And here is the rest of it.

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diciembre 21, 2006

El que busca, encuentra... with a twist

Hace algún rato, me propuse subir algunos "lugares comunes", tras mi reciente viaje a París con Carmen Lucía. Seguirá como amenaza que deberé cumplir.

Antes de París, estando en Madrid para asistir a la LIBER de este año, mi mamá y yo nos metimos a la librería Antonio Machado. Una librería, por cierto, como las que me gustan, para el lector que va a buscar, no a encontrar. Aunque no entré con esa intención, ya traía yo la cosita de que quería una “guía-off” (como le llamarían los gringos) de París. Es decir, una guía que evite, precisamente, los “lugares comunes”. Una guía para los turistas que queremos evitar ser llamados por nuestro nombre. Para ser más indulgentes, una guía para los que queremos pasar inadvertidos y, ojala, pasar por locales.

Dice el dicho que el que busca encuentra. No dice, el que quiere encontrar, encuentra. Y no lo dice primero porque se oye mal, y segundo porque la recompensa es para quien sabe disfrutar el proceso, no sólo el hallazgo.

paris.jpgSe adivina ya que me topé con algo fenomenal. Se trata de uno de los 5 títulos de la nueva colección Cosmópolis de la editorial Pre-Textos. El libro se llama Paris, de Julien Green, cuyas primeras líneas dicen (vean este maravilloso azar): “Muchas veces he soñado con escribir sobre París un libro que fuese como un largo paseo sin objetivo, uno de esos paseos en los que uno no encuentra nada de lo que busca, sino buen número de cosas que no buscaba”.

Repito que no entré a la librería buscando este libro, ni mucho menos. De hecho, creo recordar que entré porque ví, traducido al español, un libro que por esos días leía en inglés: 1776, de David McCullough. Y salí con París (precisamente el París que yo quería, y no otro) bajo el brazo, y feliz como un chiriz que sale cargado de la juguetería.


Ya regresaré sobre este libro, fabuloso y oportuno. En tono de moraleja cierro esta entrada citando lo que continúa diciendo Julien Green líneas más abajo: “En efecto, la ciudad sonríe sólo a quienes se le arriman y curiosean por sus calles. A ellos les habla en un lenguaje tranquilizador y familiar”. Creo que pueden encontrarse muchos sustitutos a la palabra “ciudad”.

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diciembre 12, 2006

Beautiful boy

Ladrón que roba a ladrón... Gracias Ronald por este poema, del que me siento felizmente envidioso.

Beautiful boy, de Felipe Granados
en Soundtrack (Editorial Perro Azul)

cyrano4.jpgYo no podría saber
que la poesía
era algo
del tamaño de tus ojos.

Que se puede encontrar
el absoluto
en dos manos
pequeño.

Que tu risa de
niño que no entiende
explica muchas cosas.

Yo no sabía tu nombre
y sin embargo
cantaba a la alegría
que sería abrazarte
vigilar tus sueños
y otras cosas tan grandes
que ni siquiera precisan
de un poema.

Yo no sabía
que este no morirme
era para vivirte
para vivirnos
hijo.
No puedo impedirme evocar a los Fabulosos Cadillacs y aquella hermosa canción, Vos sabés:

Vos sabes
como te esperaba
cuanto te deseaba
no, si vos sabes
vos sabes
que a veces hay desencuentros
pero cuando hay un encuentro de dos almas trae luz
vos sabes
que cuando llegaste cambiaste el olor de mis mañanas
no, si vos sabes
vos sabes
del día que tu madre vino
y me dijo con ojos mojados que ibas a venir
cuando el doctor dijo: señor, lo felicito es un varón
cómo poder explicarte
cómo poder explicártelo
el amor de un padre a un hijo
no se puede comparar
es mucho más que todo
no, si vos sabes
vos sabes.
Los observo mientras tu madre te mece
y me hace sentir fuerte
mirarte crecer
la emoción que siento dentro
la comparto en este cantar
con los que miran al frente de noble corazón
cuando el doctor dijo: señor, lo felicito es un varón
como poder explicarte
cómo poder explicártelo
el amor de un padre a un hijo
no se puede comparar
es mucho más que todo
no si vos sabes.


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noviembre 25, 2006

"Son panache"

De pequeño, aquel libro viejo, de hojas amarillas y portada lila y misteriosa, me llegaba a las manos cada vez que revisaba la biblioteca de casa en busca de alguna lectura. Nunca pasé de abrirlo. En él las palabras se me hacían inaprensibles.

cyrano4.jpgAños después, en compañía de unos amigos que no he visto desde entonces, pero cuyo recuerdo aún ocupa un lugar querido en mi memoria, ví la película, protagonizada por mi primer (y hasta ahora mejor) Gérard Depardieu. Me pareció un logro fenomenal, e imaginé que debía haber sido una verdadera hazaña adaptar la obra original a la pantalla.

Desde que no vivo con mis padres, o más específicamente desde que murió mi abuelo (el nono), pasar por la biblioteca de la casa de mi papá, o la de mi mamá, significa inevitablemente husmear en ella e intentar robar algún libro. Por supuesto, la idea siempre ha sido, además de leer aquel elegido, rescatarlo del olvido en el que quiero creer que se encuentra.


Lo cierto es que sí rescaté de una muerte casi segura todos los libros de aquel abuelo, que ya habían ido a parar a una caja y que, estaba seguro, iban a correr la misma suerte que los muchos discos acetatos que mi madre infamemente tiró a la basura. (En otra oportunidad hablaré de aquellos libros pero baste decir ahora que ésos, después de haberme seguido por años y ocupado distintos espacios de mi biblioteca, se encuentran hoy de regreso en una caja, lugar en donde se van a quedar hasta que alguno de mis hijos decida hacer con ellos lo que hice yo).

cyrano3.jpgCyrano de Bergerac llegó a mi casa por esa vía, y pasó allí muchísimo tiempo, viviendo el mismo “olvido” que en el lugar de donde había salido. El miedo (irracional) a entrarle a su lectura nunca se me quitó, pero la misteriosa fascinación que ejercía sobre mí lo mantuvo cerca.

Hace poco tiempo, sin embargo, decidí finalmente leerlo. Ha resultado ser una de mis lecturas más gratificantes.

Desde las primeras páginas, recordé el deleite que resulta leer esta comedia heroica en verso, la maravilla de asistir a una narración absolutamente verosímil, escrita en perfectos versos dodecasílabos, inteligentes, astutos.

Personajes secundarios pero entrañables como Le Bret, único amigo y confidente de Cyrano o el bueno de Ragueneau, pastelero y poeta (dos oficios indispensables).

Escenas deliciosa, y magistralmente caballerescas como la del duelo en el teatro del Hotel de Bourgogne; hilarantes como la de la rosticería de los poetas. Pienso en la escena de los cadetes de Gascogne en el sitio de Arras, épica hasta erizarnos los pelos; o en el glorioso e inolvidable final, en el que Cyrano, moribundo, sigue embistiendo contra la vileza, vulgaridad y estupidez del mundo. ¿Es posible retener las lágrimas después de esa despedida heroica?

En algunas oportunidades, el buscapleitos, el impaciente, el intolerante Cyrano me puede recordar, es cierto, a los matones gratuitos que andan en mi país con pistola en cinto, esos bestias que buscan en cualquier mirada la excusa para alivianar el peso de sus balas.

Pero Cyrano, que puede ser un inmisericorde cascarrabias, nos da lecciones dignas del Quijote (su gran inspirador). Es peleonero, pero pelea por lo que cree. Dejaría la vida para evitar la censura de un solo verso, si es bello, o si es justo. ¿Cómo olvidar su discurso de los “Non, merci! non, merci! non, merci!”? De hecho, todo lo que escrito hasta ahora no ha sido más que un pretexto para reproducir ese maravilloso pasaje:


Et que faudrait-il faire?
Chercher un protecteur puissant, prendre un patron,
Et comme un lierre obscur qui circonvient un tronc
Et s'en fait un tuteur en lui lechant l'ecorce,
Grimper par ruse au lieu de s'elever par force?
Non, merci. Dedier, comme tous il le font,
Des vers aux financiers? se changer en bouffon
Dans l'espoir vil de voir, aux levres d'un ministre,
Naitre un sourire, enfin, qui ne soit pas sinistre?
Non, merci. Dejeuner, chaque jour, d'un crapaud?
Avoir un ventre use par la marche? une peau
Qui plus vite, a l'endroit des genoux, devient sale?
Executer des tours de souplesse dorsale?. . .
Non, merci. D'une main flatter la chevre au cou
Cependant que, de l'autre, on arrose le chou,
Et, donneur de sene par desir de rhubarbe,
Avoir son encensoir, toujours, dans quelque barbe?
Non, merci! Se pousser de giron en giron,
Devenir un petit grand homme dans un rond,
Et naviguer, avec des madrigaux pour rames,
Et dans ses voiles des soupirs de vieilles dames?
Non, merci! Chez le bon editeur de Sercy
Faire editer ses vers en payant? Non, merci!
S'aller faire nommer pape par les conciles
Que dans des cabarets tiennent des imbeciles?
Non, merci! Travailler a se construire un nom
Sur un sonnet, au lieu d'en faire d'autres? Non,
Merci! Ne decouvrir du talent qu'aux mazettes?
Etre terrorise par de vagues gazettes,
Et se dire sans cesse 'Oh, pourvu que je sois
Dans les petits papiers du "Mercure Francois"?'
Non, merci! Calculer, avoir peur, etre bleme,
Aimer mieux faire une visite qu'un poeme,
Rediger des placets, se faire presenter?
Non, merci! non, merci! non, merci! Mais. . .chanter,
Rever, rire, passer, etre seul, etre libre,
Avoir l'oeil qui regarde bien, la voix qui vibre,
Mettre, quand il vous plait, son feutre de travers,
Pour un oui, pour un non, se battre,--ou faire un vers!
Travailler sans souci de gloire ou de fortune,
A tel voyage, auquel on pense, dans la lune!
N'ecrire jamais rien qui de soi ne sortit,
Et modeste d'ailleurs, se dire mon petit,
Soit satisfait des fleurs, des fruits, meme des feuilles,
Si c'est dans ton jardin a toi que tu les cueilles!
Puis, s'il advient d'un peu triompher, par hasard,
Ne pas etre oblige d'en rien rendre a Cesar,
Vis-a-vis de soi-meme en garder le merite,
Bref, dedaignant d'etre le lierre parasite,
Lors meme qu'on n'est pas le chene ou le tilleul,
Ne pas monter bien haut, peut-etre, mais tout seul!

(Reproduzco más abajo una versión en español)



Por supuesto que envidiamos el talento, la elocuencia y la bravura de Cyrano, pero lo que realmente quisiéramos para nosotros es su congruencia, su entereza, su fidelidad, su integridad.

Podemos como Le Bret, criticar lo temerario y absoluto de Cyrano, y nadie quiere perder el juicio como Don Alonso Quijano. Pero aquél es admirable, tanto como éste.

El lastre de Cyrano es su gran nariz; cada uno de nosotros tiene la suya, en alguna parte de la que estamos muy conscientes. Su grandeza está en su corazón, grande, valiente y sensible. La nuestra está allí mismo, en la medida en que nos creamos un poco Quijotes, un poco Cyranos.

cyrano2.jpgCyrano se mete en nuestro pellejo y, de verlo inmenso, nos hacemos grandes.











Versión en español del discurso de Cyrano
¿Qué quieres que haga?
¿Buscarme un protector?
¿O un amo tal vez?
¿Y como hiedra oscura que sube la pared,
medrando sibilina, y con adulación?
¿Cambiar de camisa para obtener posición?
¡No gracias!

¿Dedicar si diera el caso,
versos a los banqueros?
¿Convertirme en payaso?
¿Adular con vileza los cuernos de un cabestro,
por temor a que me lance algún gesto siniestro?
¡No gracias!

¿Desayunar cada día un sapo?
¿Tener el vientre panzón,
un papo que me llegue a las rodillas,
con dolencias pestilentes de tanto hacer reverencias?
¡No gracias!

¿Adular el talento de los canelos?
¿Vivir atemorizado por infames libelos?
¿ Y Repetir sin tregua:
"...¡Señores soy un loro,
quiero ver escrito mi nombre en letras de oro!..."?
¡No gracias!

¿Sentir terror a los anatemas?
¿Preferir las calumnias a los poemas?
¿Coleccionar medallas?
¿Urdir falacias?
¡No gracias!
¡¡No gracias!!
¡¡¡No gracias!!!

Pero cantar, soñar, reír, vivir, estar sólo...
Ser libre,
tener el ojo avizor,
la voz que vibre.
Ponerme por sombrero el universo,
por un si o por un no.
Batirme por un beso,
despreciar con valor la gloria y la fortuna,
viajar con la imaginación a la luna.
Solo al que vale reconocer los méritos,
No pagar jamás por favores pretéritos.
Renunciar para siempre a cadenas y protocolo.
Posiblemente no volar muy alto...
pero sólo, siempre solo."



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noviembre 18, 2006

De abrazos, risas y lágrimas

Albert Figueras me ha hecho descubrir un video que me tocó.

Mientras lo veía se acercó Carmen Lucía. Lo vimos juntos. Al terminar, la miré, y seguramente se fijó en el brillito de mis ojos que me delata... Aunque puedo parecer más bien serio y frío, soy de lágrima fácil.

Creo que mi reacción la desconcertó, y la suya también a mí... ¡Ay Philippe! Me ofendió pensar que se burlaba de mí, y se lo hice saber. Me contestó que más bien me recriminaba que pudiese yo ser más sensible ante un video que con quienes me rodean.

Creo que tengo que pensar en eso...
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noviembre 16, 2006

Atrevida ignorancia

Como la ignorancia es atrevida, hace unos meses (en abril del año pasado) una inspiración/necedad súbita me llevó a escribir estos haiku. Para estar seguros de que el viaje valga la pena, los pongo en compañía de unos ukiyo-e, que de veras son una belleza.

ukiyoerain.jpg


Gotas escasas;
Desde acá adentro
¡Todo clama ya!




ukiyoe.jpg


Y corre veloz
Cada día que pasa;
¡Ven a mi noche!




tree.jpg



Son ahora tres
Los retoños del árbol;
Otoño fresco.



woman.jpg


Mujer, ¡despierta!;
Cesa pronto la lluvia
Cesa la vida.




kajikazawa.jpg


Lo veo verme
Se lo pregunta todo;
Hijo del padre.


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noviembre 12, 2006

De Hai-ku y otros tesoros

Me siento particularmente atraído por los hai-ku.
hokusai_waterfall.jpgAunque mi dificultad para relacionarme con otro tipo de poesía se deba probablemente a mi espíritu más bien concreto y poco sofisticado, me gusta pensar que un cierto gusto por la elegancia de la simplicidad y lo sucinto dé cuenta de esta predilección mía.

En mi defensa, cito otros de mis favoritos:

- La Balada del Mar Salado, historieta que podría releer una y mil veces, de Hugo Pratt, uno de los responsables de haber reivindicado al cómic como un género literario.
- Seda, de Alessandro Baricco, sin duda el encuentro literario fortuito más agradable de mi vida. Cautivante novela musical, poética, de una belleza conmovedora.
- Los cuentos cortos, de Augusto Monterroso particularmente, pero también toda la tradición de micro-relatos que surgen de la estela que deja su paso.

Me gustan también los bonsái y disfruto, tanto como sufro, con su cultivo.


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Es un verdadero deleite oír a mi amigo Jordi Nadal hablar en una reunión pública. Sus intervenciones, además de ser elocuentes y emotivas, están salpicadas de las más oportunas citas, todas lanzadas de memoria, al mejor estilo trovador.

Hace poco, y como consecuencia de una de estas dichosas citas, Jordi empezó a enviarle a un grupo de amigos, poemas que va escogiendo de sus copiosas lecturas.

Los poemas que hasta ahora ha escogido Jordi (y que reproduzco abajo), me han tocado, cada uno a su manera, y he querido agradecerlos reciprocando con uno de mis propias lecturas (tarea difícil para alguien que lee tan poca poesía como yo). Hoy, finalmente, encuentro uno digno:

Es el día de año nuevo-
y con este espíritu
quiero habitar el mundo
Rankô (1728-1799)

(citado por Yasunari Kawabata en su ensayo La Existencia y el Descubrimiento de la Belleza, en Haiku, Bashò…[et al]. Leviatán, Buenos Aires, 1997

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Antología de Jordi Nadal

Al prefecto Chang

Mi otoño: entro en la calma,
Lejos el mundo y sus peleas.
No más afán que regresar,
Desaprender entre los árboles.
El viento del pinar abre mi capa,
Mi flauta saluda a la luna serrana.
Preguntas, ¿qué leyes rigen “éxito” y “fracaso”?
Cantos de pescadores flotan en la ensenada.

Wang Wei (traducción de Octavio Paz)

Una vez en un poema

Los poemas no se parecen a los cuentos, ni tan siquiera cuando son narrativos. Todos los cuentos tratan de batallas, de un tipo o de otro, que terminan en victoria y derrota. Todo avanza hacia el final, cuando habremos de enterarnos del desenlace.

Indiferentes al desenlace, los poemas cruzan los campos de batalla, socorriendo al herido, escuchando los monólogos delirantes del triunfo y del espanto. Procuran un tipo de paz. No por hipnosis o la confianza fácil, sino por el reconocimiento y la promesa de que lo que se ha experimentado no puede desaparecer como si nunca hubiera existido. Y, sin embargo, la promesa no es la de un monumento. (¿Quién quiere monumentos en el campo de batalla?) La promesa es que el lenguaje ha reconocido, ha dado cobijo, a la experiencia que lo necesitaba, que lo pedía a gritos.

John Berger, Páginas de la herida, Visor, Madrid, 1996



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octubre 31, 2006

Olores que matan

No hay sentido como el del olfato para trastornarle a uno el coco y llevarlo de regreso a lugares y tiempos lejanos pero familiares.
cervelas.jpg Acabo de estar en el país de la Fondue, visitando a mis hermanos. En mi infancia y adolescencia, épocas que verdaderamente cuentan a la hora de dejar huellas, estuve en tres oportunidades distintas en Suiza, país en el que nací, pero que llegó a formar parte de mi identidad, a raiz de aquellas dichosas vacaciones. Las primeras temporadas, a los 6 y a los 11 años, fueron cortas, de menos de 2 meses cada una. Para la última, de 10 meses, ya yo salía de la adolescencia.

Si bien las experiencias de todas esas estadías fueron fundamentales para mí, aquellas primeras y más efímeras temporadas dejaron una huella indeleble en un área primitiva, reptiliana acaso, de mi psique. Muchos de mis recuerdos de aquellas dos vacaciones tienen que ver más con sensaciones y emociones que con anécdotas o historias vividas. Es más, muchísimas se relacionan con el olfato.

Reconocer, en alguna parte, aunque sea muy brevemente, el olor de la casa de mi abuela, es un verdadero viaje en el tiempo. Supongo que ese olor no tiene nada de extraordinario: la feliz combinación de algún producto de limpieza, el perfume de mi abuela y una misteriosa secuencia de especias en la alacena. Sin embargo, durante muchos años, ese aroma banal pero único me traía lágrimas a los ojos y una discreta sonrisa a la boca, cuando me entraba por la nariz.

Muy de vez en cuando, tengo la oportunidad de recordar una visita que con mi abuela hicimos a una iglesia. Recuerdo la fuerte y deliciosa emanación que provenía de unas grandes cubetas llenas de cera y miel, en las que, sumergiendo repetidas veces un hilo de cáñamo, íbamos formando unas velas. Las dichosas velas volvieron conmigo a Guatemala, específicamente a la sala de nuestra casa. Y allí reprodujeron aquella atmósfera, mientras duraron.

Hay olores que para muchos serían desagradables, y que para mí, por lo contrario, pueden evocar sensaciones maravillosas. Cuando uno camina por el campo en Suiza (y es un país muy rural, así que sucede a menudo), es usual que el campesino esté abonando la tierra con el fertilizante más comúnmente usado allá: una mezcla a base, creo, de estiércol de ganado y compost. Pues la reacción de la gente a la que le comento el efecto que produce en mí aquél olor oscila de la risa a la incredulidad, pasando por el franco asco. Yo no puedo evitarlo: aquello me encanta. Mi esposa, psicóloga, dirá que alguna parafilia tenía yo que tener.

Muchas comidas helvéticas pasaron a formar parte de mi (digamos) acervo gastronómico. Guardo un recuerdo particularmente agradable y nostálgico de las salchichas, las Cervelas, las Bratwurst. Recuerdo caminar algún domingo con mi tío Freddy (un personaje que merece un artículo completo), por alguna calle. Ir de un puesto de salchichas a otro. Decidirse por la Cervela, ¿o por la Bratwurst? Sostener el pan con la Bratwurst dentro, en una mano, y un plato con mostaza en la otra. Seguir caminando. Esperar, observando la salchicha detenidamente, expectante, a que se enfriara lo suficiente para meterle una mordida. Olerla, comérsela con la nariz, mientras no se podía con la boca. Luego, cuando se hacía finalmente disponible, vacilar entre comerla con mostaza o sin mostaza. Poco a poco, verla consumirse, hasta despedirse de ella con un último bocado. Pensar, con la cabeza, que ahora quisiera una Cervela, para comparar. Sentir, con la panza, que sería una tontería.

Como si nada, hace ya un mes que regresé de visitar a mis hermanos. Estaba viendo las fotos que tomamos, y me topé con ésta. Christian y yo pegándonos una grande de Cervelas y Bratwursts. No sé si se alcance a ver, pero allí mismo está la expresión del recuerdo de infancia en mi rostro. La mayoría, la gran mayoría de mis recuerdos de Suiza son muy agradables.

Christian está viviendo desde hace unos meses en Suiza. Le está costando. (Él y yo no nos comunicamos mucho. No tocamos temas muy personales. Nunca aprendí a intimar, y el nunca aprendió a ser muy expresivo, conmigo, por lo menos. Así que no sé realmente lo que pueda estar viviendo.) Sé, sin embargo, que está ahora mismo construyendo algunos de los recuerdos que le van a sacudir el coco más tarde. Está construyéndose, creando su identidad. Se está conociendo, está aprendiendo a conocer el mundo, está saliendo de la madriguera, y asi, se está construyendo.

Así como me sucedió a mí, es posible que Suiza no sea, finalmente, el lugar donde Christian quiera, o deba, vivir. Espero, sin embargo, que lo que viva estos meses se logre constituir en recursos que pueda usar más tarde, aunque solo sean éstos olores que le evoquen tiempos felices.
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octubre 28, 2006

¿Habrase visto cosa más bella?

Lo cierto es que tengo suerte. Lugares comunes aparte (y ya subiré otro parcito), nada hace relucir a la mujer hermosa que me hace vivir, como la ciudad más bella del mundo. Me disfruté Paris, cómo no. Me lo disfruté de la misma forma en que uno se deleita con el "decor" que sirve de fondo a una historia de amor.
Carmen Lucía, creo que lo sabe menos de lo que yo quisiera, es la luz de mis días. Encuentro sosiego en mis viajes cuando está conmigo. Me detengo, respiro, contemplo, río, porque ella me ve, porque me escucha, porque está a la par.
Que siempre lo esté, seguir yo con mi suerte, es lo que espero, es lo que pido, si se puede.
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septiembre 11, 2006

Diletantear

diletante.
(Del it. dilettante, que se deleita).
1. adj. Conocedor o aficionado a las artes, especialmente a la música. U.t.c.s.
2. adj. Que cultiva algún campo del saber, o se interesa por él, como
aficionado y no como profesional. U. t. c. s. U. t. en sent. peyor.
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Que el título del blog sirva de recordatorio de lo que motivó su nacimiento: el puro deleite, el placer de leer, de pensar y de escribir. El placer de estar vivo.

Será éste quizás de los pocos blogs que empiezan sin agenda, sin idea preconcebida. Sin artículo inicial. Veamos, pues, qué sale.
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