octubre 19, 2007

Cocasse

Oigo la otra noche la palabra "cocasse" en francés, y me da una suerte de melancolía, porque no encuentro una palabra equivalente en español, y me vendría tan bien para describir a algunas personas.
Esa gente que, sin terminar de saberlo, es simpática, chistosa, querible, pero a la vez algo ridícula y bufona. Algo entre chusco y jocoso, pero con una inocencia infantil, casi animal.
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octubre 11, 2007

Txetxu, me he ido!!!

Me encuentro con Txetxu en Barcelona, en el preámbulo lluvioso a una entrañable velada entre amigos en casa de Jordi Nadal, y me pregunta que si dejé morir este blog, porque desde mayo que nada.

Caigo en la cuenta de que no sólo se trata de seguir escribiendo en otra parte, hay que avisar, cuando se tiene la suerte de que haya gente pendiente (Gracias Txetxu, por el jalón de orejas!).

Así que, torpemente, aviso que, desde mayo, todo lo que escribo en torno al tema librero está ahora, junto con lo que escriben mis colegas de SOPHOS y amigos invitados en el blog de los libreros de SOPHOS.

Dejaré este blog para aquellas notas personales o que no quepan allá. (Por aparte, la ausencia de entradas personales desde mayo me hace pensar que he estado demasiado volcado sobre los libros, no?. Ya nos iremos equilibrando)
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mayo 08, 2007

La Clave Celeste de Leszek Kolakowski

La clave celeste, de Leszek Kolakowski.

Conversaciones con el diablo, se lee en el sub-título de La clave celeste, de Leszek Kolakowski. Nada más cierto, y a la vez nada más engañoso.

Cierto, porque no vemos en estos relatos edificantes de la historia sagrada (sigo extrayendo del largo sub-título), el más leve atisbo de respeto por lo sagrado de los Textos del Antiguo Testamento. Se trata de una exégesis que sólo el mismísimo diablo podría emprender.

Engañoso, porque solemos olvidar que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Hace falta la guía del que sabe cómo funciona el tinglado, por haber ayudado a construirlo, para pasarse por la vida con otra cosa que una cara de imbécil. La enorme mayoría de nosotros (es decir todos los que no leímos antes esta joyita) nos adscribimos a uno de dos extremos.

Bien nos tomamos a pecho, literalmente, todo cuanto el Altísimo nos ha instruido sobre la vida a través de las Escrituras y creemos que la verdad está, precisamente, en las líneas y que toda realidad pasa por lo divino, por el misterio, por lo insondable; bien creemos que no se trata más que de una sarta de pendejadas grandilocuentes, escritas por quienes detentan el poder para ayudar a someter a quienes lo sufrimos.

Encontramos, a lo largo de estas páginas, que la verdad se encuentra justo en el medio, justo entre las líneas. Descubrimos que todo cuanto se ha escrito en el Buen Libro es cierto, pero que necesitamos mucho más sarcasmo del que nos atrevemos a permitirnos, y necesitamos a la vez, mucha más fe en el Texto que la que tiene el creyente promedio, para sacarle provecho a las Escrituras.

He allí el concepto clave, “sacarle provecho” a las Escrituras. Nunca la expresión “tener los pies bien puestos en la tierra” me pareció más apropiada que aplicándosela a Leszek Kolakowski. Y tiene tanto más mérito cuanto que se trata sin duda de un personaje con la cabeza definitivamente muy cerca (por no decir muy dentro) de la de Dios.

No pienso extenderme. Más bien dejo un par de citas, que extraigo de las “moralejas” con que termina cada relato:

“A veces es posible conseguir resultados nada despreciables actuando por bajos motivos”
“A veces es lícito adoptar una actitud servil para con los poderosos y, para satisfacerlos, traicionar a los amigos…”
Quiero pero no puedo dejar la cita a medias:

“… pero sólo cuando sabemos que ésta es la única manera de salvar a toda la humanidad”
“La opinión según la cual nos conviene adentrarnos en la esencia de las cosas es muy exagerada.”
“La vida es así.”
P.D. Kolakowski es el Mrozek del ensayo y Stuart Mill sería capaz de envidia si lo leyera.


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mayo 07, 2007

Introducción a la cultura japonesa, de Hisayasu Nakagawa

Introducción a la cultura japonesa, de Hisayasu Nakagawa.

Desde mi adolescencia, las culturas orientales, y la japonesa muy particularmente, han ejercido sobre mí una extraña fascinación. El Señor Myagi de la película Karate Kid me cautivó. Durante una época de mi adolescencia, la fiebre de los palillos chinos me contagió hasta el punto que no comía nada, ni el cereal de la mañana, sin ellos. La práctica del bonsái fue, por supuesto, una temprana ilusión, que nunca me dejó. Hace algunos años empecé finalmente a intentarla. Shogún, de James Clavell, que leí a los 17 sigue siendo una de mis lecturas más memorables. Recientemente, me he interesado por el Haiku. La pintura japonesa suele conmoverme, cosa que muy raramente me sucede con otras.

A pesar de esto, mi relación con la cultura japonesa siempre ha sido la de un admirador excluido. Siempre he creído que cualquier intento de abordarla, con el ánimo de adoptarla, sería inútil. Es quizás precisamente esa lejanía, esa imposibilidad de aprehenderla por completo, la que alimenta mi interés por ella.

En el catálogo de la joven, pequeña y cuidadosamente cultivada editorial Melusina, encontramos, en su colección melusina [sic], una reunión de ensayos breves titulados Introducción a la cultura japonesa, del japonés Hisayasu Nakagawa.

Quizás lo más sobresaliente de estos ensayos sea que fueron escritos en francés, para un público francés, por un doctor en literatura francesa, especialista nada menos que en Diderot. Todo esto, y japonés. No un francés de origen japonés, ni un japonés afrancesado. Un japonés de plein titre, interesado, mucho si se quiere, por la cultura francesa, pero japonés al fin.

Lo que me interesa de esta originalidad es que tenemos derecho a un tour guiado por Japón y su cultura, con un conductor que los entiende como propios que le son, que nos los explica en términos que nos son familiares a nosotros occidentales, y que no cae en ninguna de las dos trampas fáciles: no cree que su cultura sea superior a otras, por querida que le sea, con lo que nos evitamos subjetivos juicios de valor, ni se ha “pasado al bando francés”, con lo que no corremos el riesgo de toparnos con los folclorismos que cabría esperar de un “informante nativo” (que Ronald Flores me permita usurpar con cierta malicia el título de su reciente novela).

En el primer ensayo, a partir de una comparación de los anuncios en inglés y en japonés con los que la tripulación de Japan Airlines explica a los pasajeros el atraso causado por una huelga de controladores en Londres, Nakagawa explica la profunda diferencia de la concepción de sujeto y del lugar del individuo, en la mente europea y en la japonesa.

En el segundo, el autor explica cómo las convenciones sociales japonesas, profundamente arraigadas en él, le impidieron, durante años, hacer una lectura completa de una obra de teatro francesa. Por otro lado, estas mismas convenciones le permitieron hacer una lectura nueva e inédita, de la misma.

Más adelante, entendemos cómo es que un japonés puede ser budista, sintoísta, y estrictamente ateo a la vez y sin ningún conflicto interno. Se aborda también la muerte y su concepción y papel en Occidente y en Japón. Luego, un interesantísimo desvío para analizar un texto psicoanalítico japonés. Tirar sin apuntar es el título el octavo ensayo, mientras que el noveno y el décimo parten del Panóptico de Bentham, y explican porqué dicho ensayo tuvo tanta influencia en Japón y cómo esta influencia es un reflejo del profundo cambio social que acaeció en Japón al dejar atrás el shogunato y empezar su modernización.

Finalmente, termina el libro con dos ensayos exquisitos. Ambos tratan de arte. El penúltimo explora la dimensión política del arte japonés, y nos explica cómo el concepto de arte puro (música sola, pintura sola, literatura sola) europeo es reemplazado en Japón por artes heterogéneos, yuxtapuestos armoniosamente, conviviendo (como muchas cosas en Japón) en la pluralidad. El último se titula “el desnudo al desnudo y el desnudo escondido”. El tema se aborda con maestría. Es, sin lugar a dudas, el mejor ensayo del libro. De hecho, en él, Nakagawa parece traicionar la objetividad a la que nos ha acostumbrado: prefiere claramente el arte japonés. Al terminar el ensayo, el lector, con seguridad, también.


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mayo 06, 2007

Velador de noche, Soñador de día, de Luis Eduardo Rivera.

Poner al día mis “fichas de lectura”. Siempre he sido tenaz, pero nunca constante. Quien sabe, talvez estos ejercicios me ayuden.

Velador de noche, Soñador de día, de Luis Eduardo Rivera.

Ya le daba las gracias antes a Luis Eduardo por su traducción de Pensamientos y Rivarolianas antes. Éste es el primer libro suyo que leo. Suerte de diario de vivencias de un guatemalteco en Paris, trabajando de velador en un hotel. Sus aventuras, sus disquisiciones de escritor, su búsqueda de identidad, de sentido en una juventud que es cada vez menos y en una camino que no puede ser sino dudoso.

Un diario es siempre polimórfico, un género apátrida de la literatura, una especie de no man’s land del espíritu”. No se espere encontrar otra cosa que ese relajo en esta “novela”.

Sin lugar a dudas, prefiero el diario a la novela, quizás por su acercamiento al ensayo, que es mi verdadera debilidad.

Nunca logré convencerme de que el narrador fuera otro que Luis Eduardo. No me parece que necesite ser otro. Raúl por todas partes. De la Horra, por supuesto, a mitad el que conozco ahora, a mitad el de “Se acabó la fiesta”. Deberé leer algo más de ambos para ver si salieron de la catarsis autobiográfica.

Aunque se trata de un buen retrato del ya a estas alturas cuasi folclórico intelectual latino en Paris, aunque con su particularidad chapina, no es un escrito que etiquetaría de esencial. Su lectura sin embargo es agradable. ¿Qué más se le puede pedir a un libro?

Rescatables, sobre todo, los textículos y las tatologías, reflexiones al margen de la trama, y otra puntadas parecidas. Paso las hojas de retroceso y encuentro algunos ejemplos al azar:

“Soy lo que soy, un típico guatemalteco: tímido, observador, suspicaz, atento, reservado, provinciano, Taif. Nada de esto está dicho para demeritar el espíritu chapín, simplemente somos así, producto de ciertos rasgos muy particulares de nuestro mestizaje” “Eso es algo que por un lado me complace y por otro me fastidia.”

“Tengo la impresión de que mientras más literatura leo más ignorante me vuelvo en otros aspectos; lo cual tampoco significa que me sienta literariamente más culto”

“Tengo treinta y tres años y vivo todavía en un cuarto de azotea”… “ Hace más de nueve años que resido fuera de mi tierra y aún me sigo sintiendo de paso”

“Tratando de evitar el ridículo, uno siempre termina por hacerlo. El tímido, enemigo visceral del ridículo, lo sabe muy bien”


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marzo 19, 2007

Mi nación guatemalteca

¿Qué es una nación?, de Ernest Renan

Es esta una pregunta que siempre ha ocupado un espacio importante de mis desordenadas reflexiones políticas. Mi padre es suizo, mi madre guatemalteca. Yo soy guatemalteco, y soy suizo. Fui educado en un liceo francés: me creí francés mucho tiempo. La nación del suizo es una, la del francés es otra, y la del guatemalteco toda otra.

Han convivido en mí tres conceptos de nación, tres ideas nacionales, distintas, contrapuestas.

En una encuesta de asociación libre (top-of-mind) sobre el término nación, algunas de estas palabras encabezarían seguramente la lista: lengua, raza, territorio, costumbres y ritos, interés compartido, historia. Las tres ideas de nación que conviven en mi mente desmienten (cada cual las suyas) todas estas equivalencias, salvo, quizás, la última. Dice Renan:

Una nación es un alma, un principio espiritual. Dos son las cosas que constituyen ese alma, ese principio espiritual, y que a decir verdad son una sola. La primera está en el pasado, la segunda en el presente. Una es la posesión en común de un rico legado de recuerdos; el otro es el consentimiento actual , el deseo de vivir juntos, la voluntad de mantener la herencia indivisa que se ha recibido.

Un poco más adelante:

Un pasado heróico, grandes hombres, la gloria (la verdadera, por supuesto) he aquí el capital social sobre el que se asienta la ideal nacional.

Y, más adelante:

Compartir unas glorias del pasado, una voluntad en el presente; haber hecho grandes cosas juntos y querer seguir haciendo más, he aquí las condiciones esenciales para ser un pueblo. Se ama en proporción a los sacrificios que se han consentido, a las desgracias que se han padecido.

La nación suiza, tan diferente de la francesa a pesar de su proximidad, comparte sin embargo con ésta su buena salud, si nos ceñimos a la definición de Renan, y a pesar de lo que puedan decir tanto franceses como suizos.

Algo muy distinto sucede con la nación guatemalteca. Ninguna de las características que Renan propone para definir una nación aplican a Guatemala.

¿Sobre qué capital social podemos construir una idea nacional guatemalteca? Por supuesto que tenemos un pasado, que hemos compartido, pero el "legado de recuerdos" que poseemos está lejos de ser propiedad colectiva y compartida. El pasado heróico, si nos estiramos a encontrarlo, pertenece a los "vencidos", y no forma parte de la Historia oficial. Los "vencedores" tienen poca más gloria que la del vasallo favorecido por la fortuita merced de su señor. Los grandes hombres están pendientes de ser consolidados en un canon.

Identidades (¿irremediablemente?) irreconciliables conviven, se toleran, pero mantienen una distancia sistemática, insalvable. El acercamiento no parece estar en ninguna agenda.

Se habla de reconciliación nacional. Una pareja originalmente feliz se reconcilia después de un pleito. Los socios de un negocio se reconcilian tras una desaveniencia. Dos tribus amigas se reconcilian tras enemistarse. Un pueblo hendido se puede reconciliar. Pero no puede hablarse más que de encuentro, y no de re-encuentro de dos líneas que siempre han sido paralelas.

¿Ha sido Guatemala alguna vez una nación? ¿Puede serlo algún día? No lo sé. Ssé que lo anhelo, y que no soy el único. ¿Pero cómo?


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febrero 28, 2007

Me lo empaca bonito por favor

Pasa por la caja la señora, paga por el libro, y pide que se lo empaquemos para regalo. Se detiene un momento a pensarlo, y precisa:

-Es para un señora... Así que me lo empaca bonito, por favor!

¡Gracias a Dios que nos lo precisó! ¡Imaginen ustedes el mamarracho que hubiera recibido la señora de pensar nosotros que el regalo era para un caballero!
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febrero 14, 2007

Me ha dado por leer libros chiquitos

Pensamientos y rivarolianas, de Antoine de Rivarol

La brevedad me permite leer en cualquier parte y la concisión de los pensamientos me estimula más que otros textos más largos. Además, lo admito, me encanta la sensación de estar leyendo mucho.

Como librero, me encuentro con personas que se ocupan de los precios de estos libros pequeños. Precios altos, si se quiere, comparados con los de obras más extensas, y a condición de creer que el precio depende del peso del papel y la tinta.

Jordi Nadal me escribió hace poco, a propósito de los precios: "sabes? es hora de poner corazón y talento a las causas que uno siente que tienen sentido y empezar a decir que los libros tienen que tener un precio más acorde con su valor... Todo es perfume, pero uno es barato y otros son chanel. Habrá que empezar a defender la diferenciación, y, por tanto, especialización, entre valor y precio".

Me acabo de topar con este librillo que queda de maravilla para entender el tema, porque, cuánto pagarías por esta frase:

"El deseo que habla y que grita es siempre torpe; es al deseo que calla al que debemos temerle"
Yo gustosamente pagaría unos 50 centavos, si me la vendieran, sólo por esta frase.

Y esta otra:

"Hay que matar el orgullo sin herirlo, pues si lo herimos no muere"

¿Otros 50 centavos? Seguro que sí.

"Las zarzas cubren el camino de la amistad, cuando no se transita demasiado".
Fácilmente 5 quetzales y lo que me cueste pagarle una copa al amigo en el que pienso y que no he visto en meses.
"La gloria no es más que humo, estoy de acuerdo, pero el hombre no es más que polvo"

¡Vaya forma más dulce de "humillarnos" y amorosa de exaltarnos! Esta no tiene precio.

Estos pensamientos, junto con otras 40 páginas de ellos, provienen todos de
Pensamientos y rivarolianas, un rescate que, gracias a la edición y traducción de Luis Eduardo Rivera, hace la editorial Periférica de Antoine de Rivarol. Al detalle, los aforismos saldrían carísimos. Gracias a Dios, los pusieron todos juntos en un librito y salen, al por mayor, baratísimos.

Precede a la selección de aforismos, como bonificación, una introducción concisa pero completa a este singular e incisivo personaje de la Francia del siglo XVIII. Le sigue una sección de "rivarolianas" (anécdotas, a cual más jocosa y mordaz, de su vida), una cronología vital y una exhaustiva bibliografía del re-descubierto autor.

(Estoy pensando vender este libro por televisión, al estilo TV-Offer, por todo lo que trae gratis, además de los aforismos, ya de por sí casi regalados.)

Ya se enterarán si consiguen esta joyita, pero para quien admire a Lichtenberg y venere a Voltaire, conocer a Rivarol le parecerá agradablemente familiar a la vez que singularmente estimulante. En nuestra admiración por él, coincidiremos entonces con Balzac, con Sainte-Beuve o con Ernest Junger.

"La grandeza de un hombre es como su reputación: vive y respira en los labios de otro."

Hacía falta un otro tan generoso como Luis Eduardo Rivera para rescatar la grandeza y reputación de un pensador tan importante como fue Rivarol. Gracias Luis Eduardo, lector incansable, escritor brillante y compatriota erudito.


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febrero 13, 2007

"Nadie debería venir a vivir a NY a menos que tenga la intención de ser afortunado"

Esto es Nueva York, de E.B.White

Este es uno de esos libritos que, como el Paris de Julien Green, debe obligadamente anteponerse a cualquier guía de viajes.

Un artículo originalmente publicado en 1949 en la revista Holiday que nos entrega ahora Editorial minúscula en el número 12 de su colección Paisajes narrados.

El Nueva York que nos pinta White nos resulta muy familiar y caminamos con él por la Gran Manzana como acompañados del amigo neoyorquino que nos enseña la ciudad que solo se puede conocer con mucho tiempo en las manos y sin la intención de conocerla.

Como muchos, no he visitado nunca Nueva York. Pero eso no me impide decir que conozco Nueva York. Me es tan familiar como me son familiares Troya, Babel, la Mancha del Quijote o los siete mares de Simbad. Es un mito del que no escapamos, una referencia ineludible, eterna casi. Una ciudad con un carácter tan propio y tan fuerte que, a pesar de que lo reconocemos en su geografía y en sus habitantes, en absoluto depende de éstos, como quedó terriblemente demostrado en 2001. No puedo dejar de citar esta frase de White, que, recordemos, fue escrita en 1948:

La ciudad, por primera vez en su larga historia, se ha vuelto vulnerable. Una escuadrilla de aviones poco mayor que una bandada de gansos podría poner fin rápidamente a esta isla de fantasía y quemar las torres, derribar los puentes, convertir los túneles del metro en recintos mortales e incinerar a millones.
Como descubrimos con White, Nueva York es y será siempre Nueva York, por más que cambie, por más que pase por ella el tiempo. Todos los cambios que Nueva York ha visto de los cuarentas a la fecha no han hecho, me parece, sino reforzar el mito que identificamos ahora con la ineludible "New York, New York" pero que reconocemos ya en la frase de E.B.White: "Nadie debería venir a vivir a Nueva York a menos que tenga la intención de ser afortunado."

Hay libros, como éste, que son un hermoso viaje.


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enero 07, 2007

Librería Hispanoamericana de París dice adiós a sus clientes


Leo el titular siguiente:

y me asalta toda una serie de reacciones internas. Me imagino que me vi reflejado en la situación de esta mítica librería de 60 años. (Pretenciosísimo de mi parte, cuando acabamos de cumplir ocho años.)

Hace un par de posts, recordaba la tarde que Carmen Lucía y yo pasamos con Marlon Meza Teni. Después de un almuerzo hindú, caminamos por el distrito VI. Entre una y otra anécdota folclórica, Marlon ya nos había hablado, mientras comíamos, de la famosa Librería Hispanoamericana. Como se lo pedí, nos llevó, orgulloso, a conocerla.

Como muchas otras librerías especializadas en Paris, la Hispanoamericana está escondida en una callecita de aquel famoso distrito. La caminata hasta allí es placentera y el encuentro con la librería, inconspícua pero encantadora, inesperado.

Trato de imaginar lo que debe significar para un guatemalteco como Marlon, para un latinoamericano en general pero particularmente un escritor latinoamericano viviendo en París, entrar en una librería como ésta y respirar español. Ver español por todos lados, en los rótulos de las libreras, en los lomos de los libros, en las portadas de los volúmenes colocados en el escaparate. Oir hablar español entre los clientes, preguntarle en español al librero. Oirle ontestar inteligentemente… en español.

Debe ser como regresar a casa, por un ratito. Debe dar orgullo pertenecer a ese grupo de nombres que duermen en las libreras, tener una lengua en común con ellos, compartir la pretensión al oficio de escritor.

Lo intuyo por cómo me sentí al ver en la librera nombres como Javier Mosquera, Ronald Flores, Javier Payeras, Rodrigo Rey Rosa, Eduardo Halfon, Gerardo Guinea. No sé si vi a otros guatemaltecos en las libreras, pero sé que los vi a todos en mi mente, allí. Me sentí orgulloso por todos ellos. Me sentí orgulloso de conocerlos, y de saberlos, del otro lado del mundo, a la par de nombres tan grandes que sería necio nombrar.

Me sentí, además, agradecido con la responsable de esa hospitalidad que recibían mis compatriotas. Quise presentarme, pero no lo hice.

Se puede ser muy idiota, aunque normalmente uno no sea tan idiota. Mientras, no muy lejos, Michelle Pochard, la responsable (presumo que se traba de ella) conversaba con otra persona, yo, en un arranque de estupidez, le comenté a Marlon lo altos que me parecían los precios. Ella seguramente escuchó y, cambiándose al español, comentó algo sobre precios con su interlocutora. Claramente me quería dejar claro que me había escuchado, que me había entendido y que le había parecido yo un tipo de una impertinencia colosal.

Supe, en ese mismo momento, que no sólo había sido insensible al hacer mi comentario sino que, peor aun, había sido insensato, ingenuo y hasta desleal con mi colega. Hago un pequeño paréntesis para explicar la magnitud y temeridad de mi ingenuidad, tratando de expresar lo que estoy seguro que, haciendo gala de una enorme paciencia y generosidad, la señora Pochard hubiera querido decirme:

"Vea, usted compara los precios de estos libros acá, con los de los mismos libros en su casa. Aunque no se merezca usted la réplica, voy a enumerarle las razones por las que es absolutamente normal que los precios acá, sean superiores a los precios allá.

Los libros no viajan ni solos ni gratis de Guatemala a Francia. Si yo quisiera comprarle a cada editorial guatemalteca que usted ve acá una cantidad suficiente de libros para que el flete sea, digamos, como máximo, un 30% del valor de los libros, necesitaría pedir tantos libros que tardaría 30 años en venderlos, al ritmo al que los vendo. Recurro, entonces, a un distribuidor. Sin embargo, para un país tan pequeño como el suyo, no tiene sentido que yo me desplace hasta allá, para estar al tanto de lo que produce el pequeño mercado editorial guatemalteco. El distribuidor debe encontrarse conmigo en una de las ferias a las que asisto en Europa, que es probablemente la única a la que él puede darse el lujo de asistir. Resulta que Raúl Figueroa (el distribuidor), hace un colosal esfuerzo para ir a esa Feria. Su editorial es muy pequeña, por lo que necesita llevar fondos de sus colegas guatemaltecos si quiere que nosotros, los compradores, estemos interesados en ver el suyo. Los descuentos que obtiene de sus colegas, son, sin embargo, pequeños, por lo que debe vender los libros (propios y ajenos) a precios altos, además de correr el riesgo de no venderlos en la feria y tener que pagar el flete de regreso. Por los fletes, y por el esfuerzo que hace y riesgo que asume Raúl, estos libros me llegan entonces a un precio muy superior al precio guatemalteco. A éste le sumo el flete de Madrid a Paris. Neto, entonces, el libro me cuesta a mí más que a usted, lector guatemalteco. Súmele, ahora, la porción de la renta (en el distrito VI de la Ciudad-Luz, recuérdelo), electricidad, sueldos, y otros gastos fijos, que cada libro debe absorber, y la ganania que (optimistas incurables que somos los libreros), esperamos sacar de su venta, y obtendrá, seguramente, un valor igual o, más probablemente superior, al que está usted viendo en esa etiqueta. Además, recuerde que compro en firme y que me tengo que tragar mis errores de selección. Note usted, por otro lado, que no le cobramos la generosidad que tenemos de arriesgarnos a comprar libros de autores (importantes quizás en Guatemala pero, hasta que no se pruebe lo contrario, absolutamente insignificantes en París) que estarían, estoy segura, dispuestos a regalarnos sus libros con tal de que los lectores parisinos los leyesen.

Me sentí tan mal de haber merecido semejante discurso, particularmente porque yo lo repito en mi interior cada vez que un irreflexivo gringo (estadounidense, francés, español, italiano, da lo mismo) insinúa que los libros en Guatemala son muy caros, que descarté la posibilidad de presentarme, para no abochornarme más de lo que ya estaba.

La Librería Hispanoamericana en París tenía, estoy seguro de esto como si yo mismo hubiese manejado el negocio, una estructura de precios, como mínimo, correcta. No creo que hayan cobrado un solo euro más de lo absolutamente necesario por cada libro que tenían allí a la venta. Sospecho por la selección de los títulos, la disposición de las libreras, y las breves conversaciones de pasillo que alcancé a escuchar, que la responsable de la librería tenía la suficiente competencia y experiencia para manejarla. Se respiraba en el lugar pasión y alma, elementos tan importantes y fáciles de percibir como son difíciles de definir.

En uno de los mejores barrios de París, la librería no podía estar mejor situada, aunque puede haber estado demasiado bien situada: la especulación urbana contribuyó seguramente a su fracaso. ¿Puede haber contribuido también su excesiva especialización? Es posible. La cercanía de España y las posibilidad de ventas por Internet desde allí me parecen otros factores que, forzosamente, afectarían más a una Librería Hispanoamericana que, por ejemplo, a una Librería de Extremo Oriente.

No tengo los elementos para hacer un estudio de caso, y no sé si serviría de algo hacerlo ya que no hay dos casos iguales, pero, aprovecho para hacer un par de reflexiones sobre el oficio.

Con la llegada y paulatina hegemonía de las grandes superficies, de las grandes librerías generalistas (de auto-servicio), o a pesar de ella, siempre he creido que habrá un lugar, y un lugar potencialmente interesante, para los libreros pequeños y medianos, para los independientes, para los de oficio, vocación y pasión. Creo compartir esa esperanza con muchos colegas, pero creo también que pasamos demasiado tiempo hablando de lo que nos hace mejores, indispensables, inmortales casi, y muy poco pensando nuestro futuro.

El cierre de la Librería Hispanoamericana, como tantos otros, nos duele, porque desmiente nuestra esperanza. Este cierre, como todos los otros (pienso en El Pensativo hace poco, pienso en nuestras sucursales hoy cerradas), debería recordarnos que, por paradójico que parezca, los libreros tradicionales debemos, más que nadie en el gremio, estar alerta, cambiar, escuchar, anticipar, trabajar, innovar, observar, aprender.

Muchos libreros se quejan del Internet y de sus amenazas para la industria editorial. Nadie debería estar más al tanto de lo que sucede con Internet que quien cree peligrar con él. Muchos libreros se quejan de las grandes superficies y sus estrategias. Sólo los gerentes de las grandes superficies pueden darse el lujo de ser menos ordenados, técnicos, metódicos, calculadores y previsores en el manejo de su negocio que nosotros los pequeños y medianos libreros.

Suficiente moral, estamos de luto. (El requiem elocuente de Maurice Echeverría cuando cerró El Pensativo me parece oportuno.)

De vuelta en París, imagino a Marlon Meza Teni con las manos cruzadas en la espalda, recorriendo las calles cual Peter Stillman en el Nueva York de Paul Auster. Su misión, sin embargo, es más difícil: con sus pasos deberá escribir Librería Hispanoamericana.

Quien haya andado a pie en París sabrá por la arquitectura de sus calles que Marlon caminará penando muchos años antes de lograrlo.


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