mayo 08, 2007

La Clave Celeste de Leszek Kolakowski

La clave celeste, de Leszek Kolakowski.

Conversaciones con el diablo, se lee en el sub-título de La clave celeste, de Leszek Kolakowski. Nada más cierto, y a la vez nada más engañoso.

Cierto, porque no vemos en estos relatos edificantes de la historia sagrada (sigo extrayendo del largo sub-título), el más leve atisbo de respeto por lo sagrado de los Textos del Antiguo Testamento. Se trata de una exégesis que sólo el mismísimo diablo podría emprender.

Engañoso, porque solemos olvidar que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Hace falta la guía del que sabe cómo funciona el tinglado, por haber ayudado a construirlo, para pasarse por la vida con otra cosa que una cara de imbécil. La enorme mayoría de nosotros (es decir todos los que no leímos antes esta joyita) nos adscribimos a uno de dos extremos.

Bien nos tomamos a pecho, literalmente, todo cuanto el Altísimo nos ha instruido sobre la vida a través de las Escrituras y creemos que la verdad está, precisamente, en las líneas y que toda realidad pasa por lo divino, por el misterio, por lo insondable; bien creemos que no se trata más que de una sarta de pendejadas grandilocuentes, escritas por quienes detentan el poder para ayudar a someter a quienes lo sufrimos.

Encontramos, a lo largo de estas páginas, que la verdad se encuentra justo en el medio, justo entre las líneas. Descubrimos que todo cuanto se ha escrito en el Buen Libro es cierto, pero que necesitamos mucho más sarcasmo del que nos atrevemos a permitirnos, y necesitamos a la vez, mucha más fe en el Texto que la que tiene el creyente promedio, para sacarle provecho a las Escrituras.

He allí el concepto clave, “sacarle provecho” a las Escrituras. Nunca la expresión “tener los pies bien puestos en la tierra” me pareció más apropiada que aplicándosela a Leszek Kolakowski. Y tiene tanto más mérito cuanto que se trata sin duda de un personaje con la cabeza definitivamente muy cerca (por no decir muy dentro) de la de Dios.

No pienso extenderme. Más bien dejo un par de citas, que extraigo de las “moralejas” con que termina cada relato:

“A veces es posible conseguir resultados nada despreciables actuando por bajos motivos”
“A veces es lícito adoptar una actitud servil para con los poderosos y, para satisfacerlos, traicionar a los amigos…”
Quiero pero no puedo dejar la cita a medias:

“… pero sólo cuando sabemos que ésta es la única manera de salvar a toda la humanidad”
“La opinión según la cual nos conviene adentrarnos en la esencia de las cosas es muy exagerada.”
“La vida es así.”
P.D. Kolakowski es el Mrozek del ensayo y Stuart Mill sería capaz de envidia si lo leyera.


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mayo 07, 2007

Introducción a la cultura japonesa, de Hisayasu Nakagawa

Introducción a la cultura japonesa, de Hisayasu Nakagawa.

Desde mi adolescencia, las culturas orientales, y la japonesa muy particularmente, han ejercido sobre mí una extraña fascinación. El Señor Myagi de la película Karate Kid me cautivó. Durante una época de mi adolescencia, la fiebre de los palillos chinos me contagió hasta el punto que no comía nada, ni el cereal de la mañana, sin ellos. La práctica del bonsái fue, por supuesto, una temprana ilusión, que nunca me dejó. Hace algunos años empecé finalmente a intentarla. Shogún, de James Clavell, que leí a los 17 sigue siendo una de mis lecturas más memorables. Recientemente, me he interesado por el Haiku. La pintura japonesa suele conmoverme, cosa que muy raramente me sucede con otras.

A pesar de esto, mi relación con la cultura japonesa siempre ha sido la de un admirador excluido. Siempre he creído que cualquier intento de abordarla, con el ánimo de adoptarla, sería inútil. Es quizás precisamente esa lejanía, esa imposibilidad de aprehenderla por completo, la que alimenta mi interés por ella.

En el catálogo de la joven, pequeña y cuidadosamente cultivada editorial Melusina, encontramos, en su colección melusina [sic], una reunión de ensayos breves titulados Introducción a la cultura japonesa, del japonés Hisayasu Nakagawa.

Quizás lo más sobresaliente de estos ensayos sea que fueron escritos en francés, para un público francés, por un doctor en literatura francesa, especialista nada menos que en Diderot. Todo esto, y japonés. No un francés de origen japonés, ni un japonés afrancesado. Un japonés de plein titre, interesado, mucho si se quiere, por la cultura francesa, pero japonés al fin.

Lo que me interesa de esta originalidad es que tenemos derecho a un tour guiado por Japón y su cultura, con un conductor que los entiende como propios que le son, que nos los explica en términos que nos son familiares a nosotros occidentales, y que no cae en ninguna de las dos trampas fáciles: no cree que su cultura sea superior a otras, por querida que le sea, con lo que nos evitamos subjetivos juicios de valor, ni se ha “pasado al bando francés”, con lo que no corremos el riesgo de toparnos con los folclorismos que cabría esperar de un “informante nativo” (que Ronald Flores me permita usurpar con cierta malicia el título de su reciente novela).

En el primer ensayo, a partir de una comparación de los anuncios en inglés y en japonés con los que la tripulación de Japan Airlines explica a los pasajeros el atraso causado por una huelga de controladores en Londres, Nakagawa explica la profunda diferencia de la concepción de sujeto y del lugar del individuo, en la mente europea y en la japonesa.

En el segundo, el autor explica cómo las convenciones sociales japonesas, profundamente arraigadas en él, le impidieron, durante años, hacer una lectura completa de una obra de teatro francesa. Por otro lado, estas mismas convenciones le permitieron hacer una lectura nueva e inédita, de la misma.

Más adelante, entendemos cómo es que un japonés puede ser budista, sintoísta, y estrictamente ateo a la vez y sin ningún conflicto interno. Se aborda también la muerte y su concepción y papel en Occidente y en Japón. Luego, un interesantísimo desvío para analizar un texto psicoanalítico japonés. Tirar sin apuntar es el título el octavo ensayo, mientras que el noveno y el décimo parten del Panóptico de Bentham, y explican porqué dicho ensayo tuvo tanta influencia en Japón y cómo esta influencia es un reflejo del profundo cambio social que acaeció en Japón al dejar atrás el shogunato y empezar su modernización.

Finalmente, termina el libro con dos ensayos exquisitos. Ambos tratan de arte. El penúltimo explora la dimensión política del arte japonés, y nos explica cómo el concepto de arte puro (música sola, pintura sola, literatura sola) europeo es reemplazado en Japón por artes heterogéneos, yuxtapuestos armoniosamente, conviviendo (como muchas cosas en Japón) en la pluralidad. El último se titula “el desnudo al desnudo y el desnudo escondido”. El tema se aborda con maestría. Es, sin lugar a dudas, el mejor ensayo del libro. De hecho, en él, Nakagawa parece traicionar la objetividad a la que nos ha acostumbrado: prefiere claramente el arte japonés. Al terminar el ensayo, el lector, con seguridad, también.


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mayo 06, 2007

Velador de noche, Soñador de día, de Luis Eduardo Rivera.

Poner al día mis “fichas de lectura”. Siempre he sido tenaz, pero nunca constante. Quien sabe, talvez estos ejercicios me ayuden.

Velador de noche, Soñador de día, de Luis Eduardo Rivera.

Ya le daba las gracias antes a Luis Eduardo por su traducción de Pensamientos y Rivarolianas antes. Éste es el primer libro suyo que leo. Suerte de diario de vivencias de un guatemalteco en Paris, trabajando de velador en un hotel. Sus aventuras, sus disquisiciones de escritor, su búsqueda de identidad, de sentido en una juventud que es cada vez menos y en una camino que no puede ser sino dudoso.

Un diario es siempre polimórfico, un género apátrida de la literatura, una especie de no man’s land del espíritu”. No se espere encontrar otra cosa que ese relajo en esta “novela”.

Sin lugar a dudas, prefiero el diario a la novela, quizás por su acercamiento al ensayo, que es mi verdadera debilidad.

Nunca logré convencerme de que el narrador fuera otro que Luis Eduardo. No me parece que necesite ser otro. Raúl por todas partes. De la Horra, por supuesto, a mitad el que conozco ahora, a mitad el de “Se acabó la fiesta”. Deberé leer algo más de ambos para ver si salieron de la catarsis autobiográfica.

Aunque se trata de un buen retrato del ya a estas alturas cuasi folclórico intelectual latino en Paris, aunque con su particularidad chapina, no es un escrito que etiquetaría de esencial. Su lectura sin embargo es agradable. ¿Qué más se le puede pedir a un libro?

Rescatables, sobre todo, los textículos y las tatologías, reflexiones al margen de la trama, y otra puntadas parecidas. Paso las hojas de retroceso y encuentro algunos ejemplos al azar:

“Soy lo que soy, un típico guatemalteco: tímido, observador, suspicaz, atento, reservado, provinciano, Taif. Nada de esto está dicho para demeritar el espíritu chapín, simplemente somos así, producto de ciertos rasgos muy particulares de nuestro mestizaje” “Eso es algo que por un lado me complace y por otro me fastidia.”

“Tengo la impresión de que mientras más literatura leo más ignorante me vuelvo en otros aspectos; lo cual tampoco significa que me sienta literariamente más culto”

“Tengo treinta y tres años y vivo todavía en un cuarto de azotea”… “ Hace más de nueve años que resido fuera de mi tierra y aún me sigo sintiendo de paso”

“Tratando de evitar el ridículo, uno siempre termina por hacerlo. El tímido, enemigo visceral del ridículo, lo sabe muy bien”


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