diciembre 23, 2006

El embriagante perfume de la lluvia que nos regresa la tierra








"Uno tras otro, los pájaros callaron y las niñeras tiraron de los niños que azotaban el aire con su pala. Pronto fui el único que miraba los nubarrones de tinta que venían a estrellarse ahora en los tejados entre el solemne murmullo del viento. De pronto, en ese instante que precede al primer trueno y en el que todo parece atento al fragor inicial, me vi como apartado de mí mismo y a merced de una muchedumbre invisible. Innumerables pensamientos me invadieron como se abate la ola sobre la grava, con una especie de ternura violenta. El alma de una ciudad entera desfilaba entre los gritos, los lamentos y las risas de la tempestad que se alzaba por encima de mí, y mi corazón se puso a latir al unísono con aquel gran alborozo repleto de furia y sobresalto. Habríase dicho que al sordo estruendo del cielo respondía una voz lejana surgida de las profundidades del tiempo. Escuché, inmóvil, y después un largo dardo de fuego recorrió el cielo de un extremo al otro, y entre el estrépito que siguió casi inmediatamente, la lluvia azotó el viejo jardín.
Oí con arrebato esa reverberación múltiple de resonancias ahogadas y tan acordes con la melancolía de los recuerdos antiguos; y enseguida ascendió del suelo, haciéndome volver en mí, con esa inmensa bendición del universo que todos experimentamos en algún momento de nuestra vida, el olor más exquisito de cuantos hay en el mundo, a un tiempo el más joven y el más inmemorial, el más tenebroso y el más inocente, el más próximo de los comienzos del globo y el más nuevo, el que suscita en el corazón del hombre más tristeza y mayor ventura, el perfume de la tierra mojada."

Sé que nunca he leído, y creo que nunca leeré, un pasaje que defina como este lo que produce en mí el olor a tierra mojada. La reacción de mi cuerpo es profunda, visceral, primitiva. Sale, por supuesto, de Paris, de Julien Green.

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diciembre 22, 2006

El Palais-Royal

Estuvimos cuatro cortísimos días en París. Y no, no podemos decir que evitamos todos los “lugares comunes”: Fuimos a Notre-Dame, fuimos al Louvre, fuimos a la Torre Eiffel. Puntos a nuestro favor en la escala del “turista advertido”: paramos a comprar un montón de libros usados, montones, por nada, o casi nada; nos metimos a una venta de acetatos usados, en donde compramos unos discazos de funk, estuvimos más tiempo en el Musée d’Orsay que en el Louvre, evitamos los recorridos Da Vinci, no nos subimos a los bateaux-mouches. Y caminamos, caminamos mucho. Paramos a tomar largos cafés, o dejamos calentar nuestras cervezas en bistros frecuentados por puros franchutes. Pasamos una tarde completa con Marlon Meza Teni, con quien tuvimos derecho a todos los chismes posibles sobre guatemaltecos de paso por la ciudad-luz. Rescato, sobre todo, el paso incógnito y casi involuntario de José Luis Perdomo por París, las chaperoneadas de Marlon a Mario Monteforte Toledo y las jocosas desventuras de ambos.

Marlon es un gran cuentero. Y pretendo halagarlo al decirlo. Se me hizo corto el tiempo con él.


carmenluciaparis.jpgCreo que, dentro de lo posible, y sin caer en el esnobismo del turista alternativo a ultranza, logramos un poco aquel espíritu que se siente al leer este otro párrafo de Julien Green en su Paris:


Un día de primavera en que unas compras me habían conducido hasta las inmediaciones del Louvre, el ruido de las calle me fue alejando hasta la entrada del Palais-Royal que da a la calle Beaujolais. Es uno de esos sitios en los que flota un no sé qué misterioso más fácil de adivinar que de definir. Al avanzar bajo la bóveda oscura, entre las columnas cuya simetría, por una extravagancia de la óptica, no se manifestaba a mis ojos, tuve la impresión de adentrarme en un bosque encantado y de dejar tras de mí la vida cotidiana, ya que uno de los privilegios de París, uno de sus más raros dones, que no concede sino a quienes saben perder su tiempo en él, consiste en mostrarse de pronto bajo insólitos aspectos, en provocar a un tiempo el placer de lo inesperado y una sutil inquietud que por menos de nada podría convertirse en angustia.

E
l día que nuestras caminatas nos llevaron al Palais-Royal, no había allí un alma. Muy refrescante silencio en el bullicioso París. Todo el jardín era nuestro. Pero nuestros pies ya no daban más que para sentarse a verlo. Llovía.

Camino de regreso, en plena calle, nos besamos como dos novios jóvenes y recién enamorados. De no ser porque no tengo el porte ni llevaba la indumentaria de rigor, podríamos haber recordado la famosa foto del beso de Robert Doisneau. (Allí va uno de mis mejores "lugares comunes")
doisneau.jpg
And here is the rest of it.

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diciembre 21, 2006

El que busca, encuentra... with a twist

Hace algún rato, me propuse subir algunos "lugares comunes", tras mi reciente viaje a París con Carmen Lucía. Seguirá como amenaza que deberé cumplir.

Antes de París, estando en Madrid para asistir a la LIBER de este año, mi mamá y yo nos metimos a la librería Antonio Machado. Una librería, por cierto, como las que me gustan, para el lector que va a buscar, no a encontrar. Aunque no entré con esa intención, ya traía yo la cosita de que quería una “guía-off” (como le llamarían los gringos) de París. Es decir, una guía que evite, precisamente, los “lugares comunes”. Una guía para los turistas que queremos evitar ser llamados por nuestro nombre. Para ser más indulgentes, una guía para los que queremos pasar inadvertidos y, ojala, pasar por locales.

Dice el dicho que el que busca encuentra. No dice, el que quiere encontrar, encuentra. Y no lo dice primero porque se oye mal, y segundo porque la recompensa es para quien sabe disfrutar el proceso, no sólo el hallazgo.

paris.jpgSe adivina ya que me topé con algo fenomenal. Se trata de uno de los 5 títulos de la nueva colección Cosmópolis de la editorial Pre-Textos. El libro se llama Paris, de Julien Green, cuyas primeras líneas dicen (vean este maravilloso azar): “Muchas veces he soñado con escribir sobre París un libro que fuese como un largo paseo sin objetivo, uno de esos paseos en los que uno no encuentra nada de lo que busca, sino buen número de cosas que no buscaba”.

Repito que no entré a la librería buscando este libro, ni mucho menos. De hecho, creo recordar que entré porque ví, traducido al español, un libro que por esos días leía en inglés: 1776, de David McCullough. Y salí con París (precisamente el París que yo quería, y no otro) bajo el brazo, y feliz como un chiriz que sale cargado de la juguetería.


Ya regresaré sobre este libro, fabuloso y oportuno. En tono de moraleja cierro esta entrada citando lo que continúa diciendo Julien Green líneas más abajo: “En efecto, la ciudad sonríe sólo a quienes se le arriman y curiosean por sus calles. A ellos les habla en un lenguaje tranquilizador y familiar”. Creo que pueden encontrarse muchos sustitutos a la palabra “ciudad”.

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diciembre 12, 2006

Beautiful boy

Ladrón que roba a ladrón... Gracias Ronald por este poema, del que me siento felizmente envidioso.

Beautiful boy, de Felipe Granados
en Soundtrack (Editorial Perro Azul)

cyrano4.jpgYo no podría saber
que la poesía
era algo
del tamaño de tus ojos.

Que se puede encontrar
el absoluto
en dos manos
pequeño.

Que tu risa de
niño que no entiende
explica muchas cosas.

Yo no sabía tu nombre
y sin embargo
cantaba a la alegría
que sería abrazarte
vigilar tus sueños
y otras cosas tan grandes
que ni siquiera precisan
de un poema.

Yo no sabía
que este no morirme
era para vivirte
para vivirnos
hijo.
No puedo impedirme evocar a los Fabulosos Cadillacs y aquella hermosa canción, Vos sabés:

Vos sabes
como te esperaba
cuanto te deseaba
no, si vos sabes
vos sabes
que a veces hay desencuentros
pero cuando hay un encuentro de dos almas trae luz
vos sabes
que cuando llegaste cambiaste el olor de mis mañanas
no, si vos sabes
vos sabes
del día que tu madre vino
y me dijo con ojos mojados que ibas a venir
cuando el doctor dijo: señor, lo felicito es un varón
cómo poder explicarte
cómo poder explicártelo
el amor de un padre a un hijo
no se puede comparar
es mucho más que todo
no, si vos sabes
vos sabes.
Los observo mientras tu madre te mece
y me hace sentir fuerte
mirarte crecer
la emoción que siento dentro
la comparto en este cantar
con los que miran al frente de noble corazón
cuando el doctor dijo: señor, lo felicito es un varón
como poder explicarte
cómo poder explicártelo
el amor de un padre a un hijo
no se puede comparar
es mucho más que todo
no si vos sabes.


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