diciembre 22, 2006

El Palais-Royal

Estuvimos cuatro cortísimos días en París. Y no, no podemos decir que evitamos todos los “lugares comunes”: Fuimos a Notre-Dame, fuimos al Louvre, fuimos a la Torre Eiffel. Puntos a nuestro favor en la escala del “turista advertido”: paramos a comprar un montón de libros usados, montones, por nada, o casi nada; nos metimos a una venta de acetatos usados, en donde compramos unos discazos de funk, estuvimos más tiempo en el Musée d’Orsay que en el Louvre, evitamos los recorridos Da Vinci, no nos subimos a los bateaux-mouches. Y caminamos, caminamos mucho. Paramos a tomar largos cafés, o dejamos calentar nuestras cervezas en bistros frecuentados por puros franchutes. Pasamos una tarde completa con Marlon Meza Teni, con quien tuvimos derecho a todos los chismes posibles sobre guatemaltecos de paso por la ciudad-luz. Rescato, sobre todo, el paso incógnito y casi involuntario de José Luis Perdomo por París, las chaperoneadas de Marlon a Mario Monteforte Toledo y las jocosas desventuras de ambos.

Marlon es un gran cuentero. Y pretendo halagarlo al decirlo. Se me hizo corto el tiempo con él.


carmenluciaparis.jpgCreo que, dentro de lo posible, y sin caer en el esnobismo del turista alternativo a ultranza, logramos un poco aquel espíritu que se siente al leer este otro párrafo de Julien Green en su Paris:


Un día de primavera en que unas compras me habían conducido hasta las inmediaciones del Louvre, el ruido de las calle me fue alejando hasta la entrada del Palais-Royal que da a la calle Beaujolais. Es uno de esos sitios en los que flota un no sé qué misterioso más fácil de adivinar que de definir. Al avanzar bajo la bóveda oscura, entre las columnas cuya simetría, por una extravagancia de la óptica, no se manifestaba a mis ojos, tuve la impresión de adentrarme en un bosque encantado y de dejar tras de mí la vida cotidiana, ya que uno de los privilegios de París, uno de sus más raros dones, que no concede sino a quienes saben perder su tiempo en él, consiste en mostrarse de pronto bajo insólitos aspectos, en provocar a un tiempo el placer de lo inesperado y una sutil inquietud que por menos de nada podría convertirse en angustia.

E
l día que nuestras caminatas nos llevaron al Palais-Royal, no había allí un alma. Muy refrescante silencio en el bullicioso París. Todo el jardín era nuestro. Pero nuestros pies ya no daban más que para sentarse a verlo. Llovía.

Camino de regreso, en plena calle, nos besamos como dos novios jóvenes y recién enamorados. De no ser porque no tengo el porte ni llevaba la indumentaria de rigor, podríamos haber recordado la famosa foto del beso de Robert Doisneau. (Allí va uno de mis mejores "lugares comunes")
doisneau.jpg
And here is the rest of it.

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