octubre 19, 2007

Cocasse

Oigo la otra noche la palabra "cocasse" en francés, y me da una suerte de melancolía, porque no encuentro una palabra equivalente en español, y me vendría tan bien para describir a algunas personas.
Esa gente que, sin terminar de saberlo, es simpática, chistosa, querible, pero a la vez algo ridícula y bufona. Algo entre chusco y jocoso, pero con una inocencia infantil, casi animal.
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octubre 11, 2007

Txetxu, me he ido!!!

Me encuentro con Txetxu en Barcelona, en el preámbulo lluvioso a una entrañable velada entre amigos en casa de Jordi Nadal, y me pregunta que si dejé morir este blog, porque desde mayo que nada.

Caigo en la cuenta de que no sólo se trata de seguir escribiendo en otra parte, hay que avisar, cuando se tiene la suerte de que haya gente pendiente (Gracias Txetxu, por el jalón de orejas!).

Así que, torpemente, aviso que, desde mayo, todo lo que escribo en torno al tema librero está ahora, junto con lo que escriben mis colegas de SOPHOS y amigos invitados en el blog de los libreros de SOPHOS.

Dejaré este blog para aquellas notas personales o que no quepan allá. (Por aparte, la ausencia de entradas personales desde mayo me hace pensar que he estado demasiado volcado sobre los libros, no?. Ya nos iremos equilibrando)
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mayo 08, 2007

La Clave Celeste de Leszek Kolakowski

La clave celeste, de Leszek Kolakowski.

Conversaciones con el diablo, se lee en el sub-título de La clave celeste, de Leszek Kolakowski. Nada más cierto, y a la vez nada más engañoso.

Cierto, porque no vemos en estos relatos edificantes de la historia sagrada (sigo extrayendo del largo sub-título), el más leve atisbo de respeto por lo sagrado de los Textos del Antiguo Testamento. Se trata de una exégesis que sólo el mismísimo diablo podría emprender.

Engañoso, porque solemos olvidar que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Hace falta la guía del que sabe cómo funciona el tinglado, por haber ayudado a construirlo, para pasarse por la vida con otra cosa que una cara de imbécil. La enorme mayoría de nosotros (es decir todos los que no leímos antes esta joyita) nos adscribimos a uno de dos extremos.

Bien nos tomamos a pecho, literalmente, todo cuanto el Altísimo nos ha instruido sobre la vida a través de las Escrituras y creemos que la verdad está, precisamente, en las líneas y que toda realidad pasa por lo divino, por el misterio, por lo insondable; bien creemos que no se trata más que de una sarta de pendejadas grandilocuentes, escritas por quienes detentan el poder para ayudar a someter a quienes lo sufrimos.

Encontramos, a lo largo de estas páginas, que la verdad se encuentra justo en el medio, justo entre las líneas. Descubrimos que todo cuanto se ha escrito en el Buen Libro es cierto, pero que necesitamos mucho más sarcasmo del que nos atrevemos a permitirnos, y necesitamos a la vez, mucha más fe en el Texto que la que tiene el creyente promedio, para sacarle provecho a las Escrituras.

He allí el concepto clave, “sacarle provecho” a las Escrituras. Nunca la expresión “tener los pies bien puestos en la tierra” me pareció más apropiada que aplicándosela a Leszek Kolakowski. Y tiene tanto más mérito cuanto que se trata sin duda de un personaje con la cabeza definitivamente muy cerca (por no decir muy dentro) de la de Dios.

No pienso extenderme. Más bien dejo un par de citas, que extraigo de las “moralejas” con que termina cada relato:

“A veces es posible conseguir resultados nada despreciables actuando por bajos motivos”
“A veces es lícito adoptar una actitud servil para con los poderosos y, para satisfacerlos, traicionar a los amigos…”
Quiero pero no puedo dejar la cita a medias:

“… pero sólo cuando sabemos que ésta es la única manera de salvar a toda la humanidad”
“La opinión según la cual nos conviene adentrarnos en la esencia de las cosas es muy exagerada.”
“La vida es así.”
P.D. Kolakowski es el Mrozek del ensayo y Stuart Mill sería capaz de envidia si lo leyera.


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mayo 07, 2007

Introducción a la cultura japonesa, de Hisayasu Nakagawa

Introducción a la cultura japonesa, de Hisayasu Nakagawa.

Desde mi adolescencia, las culturas orientales, y la japonesa muy particularmente, han ejercido sobre mí una extraña fascinación. El Señor Myagi de la película Karate Kid me cautivó. Durante una época de mi adolescencia, la fiebre de los palillos chinos me contagió hasta el punto que no comía nada, ni el cereal de la mañana, sin ellos. La práctica del bonsái fue, por supuesto, una temprana ilusión, que nunca me dejó. Hace algunos años empecé finalmente a intentarla. Shogún, de James Clavell, que leí a los 17 sigue siendo una de mis lecturas más memorables. Recientemente, me he interesado por el Haiku. La pintura japonesa suele conmoverme, cosa que muy raramente me sucede con otras.

A pesar de esto, mi relación con la cultura japonesa siempre ha sido la de un admirador excluido. Siempre he creído que cualquier intento de abordarla, con el ánimo de adoptarla, sería inútil. Es quizás precisamente esa lejanía, esa imposibilidad de aprehenderla por completo, la que alimenta mi interés por ella.

En el catálogo de la joven, pequeña y cuidadosamente cultivada editorial Melusina, encontramos, en su colección melusina [sic], una reunión de ensayos breves titulados Introducción a la cultura japonesa, del japonés Hisayasu Nakagawa.

Quizás lo más sobresaliente de estos ensayos sea que fueron escritos en francés, para un público francés, por un doctor en literatura francesa, especialista nada menos que en Diderot. Todo esto, y japonés. No un francés de origen japonés, ni un japonés afrancesado. Un japonés de plein titre, interesado, mucho si se quiere, por la cultura francesa, pero japonés al fin.

Lo que me interesa de esta originalidad es que tenemos derecho a un tour guiado por Japón y su cultura, con un conductor que los entiende como propios que le son, que nos los explica en términos que nos son familiares a nosotros occidentales, y que no cae en ninguna de las dos trampas fáciles: no cree que su cultura sea superior a otras, por querida que le sea, con lo que nos evitamos subjetivos juicios de valor, ni se ha “pasado al bando francés”, con lo que no corremos el riesgo de toparnos con los folclorismos que cabría esperar de un “informante nativo” (que Ronald Flores me permita usurpar con cierta malicia el título de su reciente novela).

En el primer ensayo, a partir de una comparación de los anuncios en inglés y en japonés con los que la tripulación de Japan Airlines explica a los pasajeros el atraso causado por una huelga de controladores en Londres, Nakagawa explica la profunda diferencia de la concepción de sujeto y del lugar del individuo, en la mente europea y en la japonesa.

En el segundo, el autor explica cómo las convenciones sociales japonesas, profundamente arraigadas en él, le impidieron, durante años, hacer una lectura completa de una obra de teatro francesa. Por otro lado, estas mismas convenciones le permitieron hacer una lectura nueva e inédita, de la misma.

Más adelante, entendemos cómo es que un japonés puede ser budista, sintoísta, y estrictamente ateo a la vez y sin ningún conflicto interno. Se aborda también la muerte y su concepción y papel en Occidente y en Japón. Luego, un interesantísimo desvío para analizar un texto psicoanalítico japonés. Tirar sin apuntar es el título el octavo ensayo, mientras que el noveno y el décimo parten del Panóptico de Bentham, y explican porqué dicho ensayo tuvo tanta influencia en Japón y cómo esta influencia es un reflejo del profundo cambio social que acaeció en Japón al dejar atrás el shogunato y empezar su modernización.

Finalmente, termina el libro con dos ensayos exquisitos. Ambos tratan de arte. El penúltimo explora la dimensión política del arte japonés, y nos explica cómo el concepto de arte puro (música sola, pintura sola, literatura sola) europeo es reemplazado en Japón por artes heterogéneos, yuxtapuestos armoniosamente, conviviendo (como muchas cosas en Japón) en la pluralidad. El último se titula “el desnudo al desnudo y el desnudo escondido”. El tema se aborda con maestría. Es, sin lugar a dudas, el mejor ensayo del libro. De hecho, en él, Nakagawa parece traicionar la objetividad a la que nos ha acostumbrado: prefiere claramente el arte japonés. Al terminar el ensayo, el lector, con seguridad, también.


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mayo 06, 2007

Velador de noche, Soñador de día, de Luis Eduardo Rivera.

Poner al día mis “fichas de lectura”. Siempre he sido tenaz, pero nunca constante. Quien sabe, talvez estos ejercicios me ayuden.

Velador de noche, Soñador de día, de Luis Eduardo Rivera.

Ya le daba las gracias antes a Luis Eduardo por su traducción de Pensamientos y Rivarolianas antes. Éste es el primer libro suyo que leo. Suerte de diario de vivencias de un guatemalteco en Paris, trabajando de velador en un hotel. Sus aventuras, sus disquisiciones de escritor, su búsqueda de identidad, de sentido en una juventud que es cada vez menos y en una camino que no puede ser sino dudoso.

Un diario es siempre polimórfico, un género apátrida de la literatura, una especie de no man’s land del espíritu”. No se espere encontrar otra cosa que ese relajo en esta “novela”.

Sin lugar a dudas, prefiero el diario a la novela, quizás por su acercamiento al ensayo, que es mi verdadera debilidad.

Nunca logré convencerme de que el narrador fuera otro que Luis Eduardo. No me parece que necesite ser otro. Raúl por todas partes. De la Horra, por supuesto, a mitad el que conozco ahora, a mitad el de “Se acabó la fiesta”. Deberé leer algo más de ambos para ver si salieron de la catarsis autobiográfica.

Aunque se trata de un buen retrato del ya a estas alturas cuasi folclórico intelectual latino en Paris, aunque con su particularidad chapina, no es un escrito que etiquetaría de esencial. Su lectura sin embargo es agradable. ¿Qué más se le puede pedir a un libro?

Rescatables, sobre todo, los textículos y las tatologías, reflexiones al margen de la trama, y otra puntadas parecidas. Paso las hojas de retroceso y encuentro algunos ejemplos al azar:

“Soy lo que soy, un típico guatemalteco: tímido, observador, suspicaz, atento, reservado, provinciano, Taif. Nada de esto está dicho para demeritar el espíritu chapín, simplemente somos así, producto de ciertos rasgos muy particulares de nuestro mestizaje” “Eso es algo que por un lado me complace y por otro me fastidia.”

“Tengo la impresión de que mientras más literatura leo más ignorante me vuelvo en otros aspectos; lo cual tampoco significa que me sienta literariamente más culto”

“Tengo treinta y tres años y vivo todavía en un cuarto de azotea”… “ Hace más de nueve años que resido fuera de mi tierra y aún me sigo sintiendo de paso”

“Tratando de evitar el ridículo, uno siempre termina por hacerlo. El tímido, enemigo visceral del ridículo, lo sabe muy bien”


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marzo 19, 2007

Mi nación guatemalteca

¿Qué es una nación?, de Ernest Renan

Es esta una pregunta que siempre ha ocupado un espacio importante de mis desordenadas reflexiones políticas. Mi padre es suizo, mi madre guatemalteca. Yo soy guatemalteco, y soy suizo. Fui educado en un liceo francés: me creí francés mucho tiempo. La nación del suizo es una, la del francés es otra, y la del guatemalteco toda otra.

Han convivido en mí tres conceptos de nación, tres ideas nacionales, distintas, contrapuestas.

En una encuesta de asociación libre (top-of-mind) sobre el término nación, algunas de estas palabras encabezarían seguramente la lista: lengua, raza, territorio, costumbres y ritos, interés compartido, historia. Las tres ideas de nación que conviven en mi mente desmienten (cada cual las suyas) todas estas equivalencias, salvo, quizás, la última. Dice Renan:

Una nación es un alma, un principio espiritual. Dos son las cosas que constituyen ese alma, ese principio espiritual, y que a decir verdad son una sola. La primera está en el pasado, la segunda en el presente. Una es la posesión en común de un rico legado de recuerdos; el otro es el consentimiento actual , el deseo de vivir juntos, la voluntad de mantener la herencia indivisa que se ha recibido.

Un poco más adelante:

Un pasado heróico, grandes hombres, la gloria (la verdadera, por supuesto) he aquí el capital social sobre el que se asienta la ideal nacional.

Y, más adelante:

Compartir unas glorias del pasado, una voluntad en el presente; haber hecho grandes cosas juntos y querer seguir haciendo más, he aquí las condiciones esenciales para ser un pueblo. Se ama en proporción a los sacrificios que se han consentido, a las desgracias que se han padecido.

La nación suiza, tan diferente de la francesa a pesar de su proximidad, comparte sin embargo con ésta su buena salud, si nos ceñimos a la definición de Renan, y a pesar de lo que puedan decir tanto franceses como suizos.

Algo muy distinto sucede con la nación guatemalteca. Ninguna de las características que Renan propone para definir una nación aplican a Guatemala.

¿Sobre qué capital social podemos construir una idea nacional guatemalteca? Por supuesto que tenemos un pasado, que hemos compartido, pero el "legado de recuerdos" que poseemos está lejos de ser propiedad colectiva y compartida. El pasado heróico, si nos estiramos a encontrarlo, pertenece a los "vencidos", y no forma parte de la Historia oficial. Los "vencedores" tienen poca más gloria que la del vasallo favorecido por la fortuita merced de su señor. Los grandes hombres están pendientes de ser consolidados en un canon.

Identidades (¿irremediablemente?) irreconciliables conviven, se toleran, pero mantienen una distancia sistemática, insalvable. El acercamiento no parece estar en ninguna agenda.

Se habla de reconciliación nacional. Una pareja originalmente feliz se reconcilia después de un pleito. Los socios de un negocio se reconcilian tras una desaveniencia. Dos tribus amigas se reconcilian tras enemistarse. Un pueblo hendido se puede reconciliar. Pero no puede hablarse más que de encuentro, y no de re-encuentro de dos líneas que siempre han sido paralelas.

¿Ha sido Guatemala alguna vez una nación? ¿Puede serlo algún día? No lo sé. Ssé que lo anhelo, y que no soy el único. ¿Pero cómo?


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febrero 28, 2007

Me lo empaca bonito por favor

Pasa por la caja la señora, paga por el libro, y pide que se lo empaquemos para regalo. Se detiene un momento a pensarlo, y precisa:

-Es para un señora... Así que me lo empaca bonito, por favor!

¡Gracias a Dios que nos lo precisó! ¡Imaginen ustedes el mamarracho que hubiera recibido la señora de pensar nosotros que el regalo era para un caballero!
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febrero 14, 2007

Me ha dado por leer libros chiquitos

Pensamientos y rivarolianas, de Antoine de Rivarol

La brevedad me permite leer en cualquier parte y la concisión de los pensamientos me estimula más que otros textos más largos. Además, lo admito, me encanta la sensación de estar leyendo mucho.

Como librero, me encuentro con personas que se ocupan de los precios de estos libros pequeños. Precios altos, si se quiere, comparados con los de obras más extensas, y a condición de creer que el precio depende del peso del papel y la tinta.

Jordi Nadal me escribió hace poco, a propósito de los precios: "sabes? es hora de poner corazón y talento a las causas que uno siente que tienen sentido y empezar a decir que los libros tienen que tener un precio más acorde con su valor... Todo es perfume, pero uno es barato y otros son chanel. Habrá que empezar a defender la diferenciación, y, por tanto, especialización, entre valor y precio".

Me acabo de topar con este librillo que queda de maravilla para entender el tema, porque, cuánto pagarías por esta frase:

"El deseo que habla y que grita es siempre torpe; es al deseo que calla al que debemos temerle"
Yo gustosamente pagaría unos 50 centavos, si me la vendieran, sólo por esta frase.

Y esta otra:

"Hay que matar el orgullo sin herirlo, pues si lo herimos no muere"

¿Otros 50 centavos? Seguro que sí.

"Las zarzas cubren el camino de la amistad, cuando no se transita demasiado".
Fácilmente 5 quetzales y lo que me cueste pagarle una copa al amigo en el que pienso y que no he visto en meses.
"La gloria no es más que humo, estoy de acuerdo, pero el hombre no es más que polvo"

¡Vaya forma más dulce de "humillarnos" y amorosa de exaltarnos! Esta no tiene precio.

Estos pensamientos, junto con otras 40 páginas de ellos, provienen todos de
Pensamientos y rivarolianas, un rescate que, gracias a la edición y traducción de Luis Eduardo Rivera, hace la editorial Periférica de Antoine de Rivarol. Al detalle, los aforismos saldrían carísimos. Gracias a Dios, los pusieron todos juntos en un librito y salen, al por mayor, baratísimos.

Precede a la selección de aforismos, como bonificación, una introducción concisa pero completa a este singular e incisivo personaje de la Francia del siglo XVIII. Le sigue una sección de "rivarolianas" (anécdotas, a cual más jocosa y mordaz, de su vida), una cronología vital y una exhaustiva bibliografía del re-descubierto autor.

(Estoy pensando vender este libro por televisión, al estilo TV-Offer, por todo lo que trae gratis, además de los aforismos, ya de por sí casi regalados.)

Ya se enterarán si consiguen esta joyita, pero para quien admire a Lichtenberg y venere a Voltaire, conocer a Rivarol le parecerá agradablemente familiar a la vez que singularmente estimulante. En nuestra admiración por él, coincidiremos entonces con Balzac, con Sainte-Beuve o con Ernest Junger.

"La grandeza de un hombre es como su reputación: vive y respira en los labios de otro."

Hacía falta un otro tan generoso como Luis Eduardo Rivera para rescatar la grandeza y reputación de un pensador tan importante como fue Rivarol. Gracias Luis Eduardo, lector incansable, escritor brillante y compatriota erudito.


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